En el momento en el que nos sentamos en el piano, nos imaginamos que estamos haciendo como un lavado, una ceremonia, un ritual preparatorio para que el resto de nuestro trabajo sea más provechoso y placentero que el día anterior, distinto, como si tomáramos en nuestras manos una flor muy pequeña, muy delicada, sabiendo que en un abrir y cerrar de ojos se va a deshacer, y tenemos que conservarla con mucha atención, con mucho cariño, con mucha devoción.
Cada estudio, escala, arpegio, ejercicio y obra que escogemos para este programa de entrenamiento, hay que considerarlo y tratarlo como si fuera esa flor.
¿Por qué?