Comparto el pecado, pero no al pecador.
Durante mis dos últimos años de estudios en el Conservatorio, llegaba muy temprano en la mañana, un poco antes de mi clase, para preparar los dedos y el repertorio que iba a presentar ese día a mi maestra de piano.
Ya para ese entonces, me había inventado una forma de, lo que llamo hoy en día, entrenamiento.