Escribir música tiene dos caras: una que nos dice que no podemos; la otra nos dice que nos lancemos.
En la mayoría de los casos no hay puntos intermedios ni concesiones… O nos lanzamos, o nos inhibimos y después nos sentiremos muy frustrados.
Ahora bien, ¿qué conocimientos y herramientas necesitamos para sentarnos en el piano, bien sea con papel de pentagrama frente a nosotros, o bien con un programa que tengamos en la computadora (en el ordenador), para comenzar a caminar por el mundo infinito de los sonidos?
Muchos autodidactas se han hecho super famosos como compositores y productores, claro que sí, y puede ser que su genialidad sea espontánea.
Pero detrás de eso, siempre habrá un generador, una base, un motor, una bibliografía, un referente, que los llevó a escribir y/o producir música, y a adoptarlo como modo de vida.
Este referente es el punto focal y esencial de este tema: el referente que nos detona la necesidad de componer.
Durante años, muchos estudiamos armonía tradicional, armonía contemporánea, dodecafónica, atonal, etc, etc; pero si no adoptamos la costumbre de escuchar en detalle, una y otra vez, la música de todos los periodos de la historia, nuestra mesa sólo tendrá 2 o 3, y no 4 bases, sip.
Si no escuchamos atenta y continuamente todas las músicas, no llegaremos a ese “ingrediente secreto” que las ha mantenido y las mantiene como imprescindibles; ese detalle de un enlace armónico, de giros melódicos en las formas musicales que prevalecieron en la edad media, por ejemplo, en el renacimiento, y así sucesivamente hasta nuestros días; nos perdemos la maravillosa oportunidad de presenciar y estudiar a fondo, la evolución del sonido que se sucedió a través de las vicisitudes de nuestra larga y controvertida historia…. y esa es nuestra mejor biblioteca de consulta y punto de partida.
Hoy tenemos acceso directo a la música ancestral, a la más antigua que se ha podido registrar, debido a las importantes investigaciones y descubrimientos que se han hecho de pergaminos que contienen la notación musical medieval temprana, por ejemplo, o en base a las posibilidades estructurales de los instrumentos procedentes del antiguo Egipto, Asia, Grecia, se puede deducir el tipo de notación y armonía que se usaba…
La mejor clase que podemos aprovechar para saber de dónde viene la armonía, es escuchar, estudiar, una obra de Guido D’Arezzo, quien ideó su maravillosa “mano guideana”, o Notker Labeo, Hildegart Von Bingen, Juan Tinctoris, Palestrina, y luego aprender cómo fue evolucionando hasta Claudio Monteverdi, y más adelante Purcell, Byrd, Thallis, y así sucesivamente, hasta Sting, Snow Patrol, Matt Corby.
Una vez que tengamos un archivo internalizado y bien apertrechado de ese vasto mundo musical, iremos dando forma a nuestro propio “árbol”, y si somos persistentes y nos caemos, y nos volvemos a levantar para luego volver a caer, al final del camino tendremos resultados.
Ensayo y error, y escuchar y escuchar, pero siempre investigando, buscando, profundizando y aprendiendo. De eso se trata.
Y seguimos este viaje…