Quienes dedicamos gran parte de nuestro tiempo o de nuestras vidas a la docencia, sabemos que esta es una de las decisiones que requiere de cada uno de nosotros asumir un compromiso absoluto e incondicional en todo sentido.
Esto implica por una parte, que tarde o temprano nos veremos en ese punto del camino en el que, nos guste o no, debemos desprendernos de todo aquello que nos impide hacer contacto con el otro, con quien nos necesita; es decir, que cualquier juicio o prejuicio, o idea preconcebida y anquilosada en nuestros pensamientos, en nuestras creencias, que no nos funciona para lo que se nos presenta en nuestra actividad como docentes, debe salir de nuestras vidas.
Cuando estamos en medio de una clase, nos convertimos en dadores de información, en solucionadores de problemas, en llenadores de vacíos, en exploradores para hallar fallas y corregirlas, sanarlas si es preciso, y continuar dirigiendo ese barco progresivamente por el tiempo que se nos conceda. Somos temporales…
Es por esto que, por decirlo de alguna manera, casi debemos desaparecer para poder hacer llegar el conocimiento específico, concreto y claro para que el otro acceda al vasto mundo de la música, del piano, en nuestro caso.
La cara oculta, la que no mostramos, está llena de muchos elementos que permanentemente nos miran con ojos escrutadores… por ejemplo, tenemos la certeza de que todo cambia y evoluciona, por lo cual debemos montarnos en todas las olas posibles para estudiar y analizar todo lo que es tecnología que nos sirve para mantenernos actualizados, para explorar nuevas tendencias y aquellas que tenemos pendientes, y permitirnos sumar y ampliar nuestro espectro de posibilidades cada vez más.
Igualmente, el contenido de la parte académica con el que venimos trabajando, también requiere una constante revisión y reconsideración.
Hace poco leí una pregunta que me pareció muy importante: “… ¿Por qué tenemos que tocar escalas si yo las trabajo sobre mi repertorio?…
He aquí que, como docentes, debemos volver una y otra vez para verificar todo aquello que es imprescindible en la formación de un pianista profesional, como las escalas…
¿Sabemos cuál es el significado real de trabajarlas una y otra vez a lo largo de nuestras vidas, en cualquiera o en todas sus modalidades?
¿Sabemos cuáles son las ganancias que obtenemos cuando logramos tocarlas de arriba a abajo, y conocerlas en detalle?
Pues nuestro cerebro cambia; a través de nuestro mecanismo de articulación nuestro cuerpo se centra, se coloca, se prepara; todos los tendones y músculos se calibran debidamente para trabajar con fluidez y precisión; nuestra percepción del sonido cambia; nuestra capacidad para darle estructura a una obra, o escribirla… cambia por completo… porque manejamos el amplio espectro, todas las tonalidades, y lo tenemos en dedos y en mente; ya forma parte de nosotros.
Al igual que los estudios por los que hemos transitado una y otra vez; pues sólo de esta manera podemos enseñarlos al par de manos adecuado, protegiendo aquello que podemos lamentar después si lo hacemos de forma arbitraria.
Asi mismo, haciendo empatía con nuestros estudiantes podemos diagnosticar qué le sirve a quién y para qué.
No es tarea fácil pues no nos gusta descartar lo que hemos estudiado por años, pero si nos sinceramos llegaremos a la conclusión que no todo es para todos… exceptuando nuestras escalas…
Cada quien necesita subir un escalón con un repertorio específico y coherente que lo impulse a lograrlo, y para eso pues sumamos a nuestra lista de ser docentes, el de ser observadores…
Sigamos entonces este viaje…