La música de cámara aparece durante la Edad Media, y permanece y evoluciona a través de cada periodo de nuestra historia hasta nuestros días. Era la música que se hacía para las “cámaras” del palacio, habitaciones o salones pequeños en los que sólo un grupo reducido de personas (generalmente la aristocracia), la disfrutaba.
Se hacía para pequeños conjuntos vocales e instrumentales, desde dos a cinco voces y con los instrumentos con los que se contaba para la época, y poco a poco esta práctica se fue difundiendo y extendiendo a los salones de la burguesía y de todos aquellos quienes podían cubrir los gastos de los ejecutantes, para las recepciones y banquetes. De esta manera, esta forma musical fue tomando forma y evolucionando hasta convertirse en una de las favoritas de todos los tiempos.
En el Barroco, el bajo continuo (un sistema de cifrado armónico que permitiría simplificar la escritura instrumental), adquiere una particular importancia cuando se formaron orquestas, igualmente con un reducido número de instrumentos, en las que el director, si lo había, marcaba la interpretación desde el Clavicémbalo (antecesor del piano), contándose con él para apoyar y completar la armonía e interpretando este bajo continuo. En su mayoría, las obras para música de cámara se hicieron a partir de dos y hasta doce instrumentos.
Un medio musical para la expresión de ideas íntimas.
… La música de cámara proporciona también un medio para la expresión de ideas particularmente íntimas… y no depende en sus efectos de grandes explosiones de sonido, ni de una gran variedad de colorido tonal, ni de una gran exhibición de virtuosismo. En la música de cámara sólo hay un lugar para lo esencial, rechazándose lo superfluo. Uno adquiere consciencia de la esencia de la música, de las intenciones más recónditas del compositor… (*)
Homer Ulrich, Chamber Music, Alec Robertson, Penguin Books Ltd., Harmondsworth, Middlesex, England, Ed. 1957.
Cuando nosotros los pianistas tenemos la oportunidad de tocar una o muchas de estas joyas, comprendemos que debemos tratar “con especial cuidado” todo lo que es cada sonido y el ensemble con el resto de los instrumentos; se trata de un trabajo en equipo para que el resultado sea sublime e íntimo, tal y como es su esencia.
Aprendemos que la música de cámara nos pide un diálogo, un lenguaje distinto y compartido que se trasluce en cada pentagrama, y debe llenar el espacio donde se produce con esa intención; el de llenar las almas de esa “música sagrada”.
Así pues seguimos este viaje…