J.S.BACH, nuestro Quinto Evangelista, escribió una vez que la catástrofe era un buen motivo para sentarse a tocar, a componer, a enseñar el oficio.
A él no le tocó una época light, por cierto, pues para la época en que vivió la enseñanza era caótica, tiránica y despiadada, mientras la religión asfixiaba, pesaba como un yunque.
No había posibilidad de respirar con libertad aires distintos a los impuestos; no había otra vía de escape que sorteara el rigor del juicio y el terror a la muerte y sin embargo en Alemania, Lutero en su momento (1483-1546), y antes del nacimiento de Bach (1685-1750), hizo lo suyo allanando y abonando el terreno, y dejando su huella para el futuro (no soy Luterana pero Bach sí lo fue, desde joven).
Lutero recomendó que en los oficios se añadieran cánticos para ensalzar las liturgias, para que todos los feligreses participaran y se sumaran a esa nueva actividad, cosa que Bach adoró hacer hasta el fin de sus días.
La música ofrecía esta escapatoria, como siempre, pero el yunque imperaba con mucha fuerza desde todos los flancos… demasiado poder acumulado en el tiempo…
Por rebelarse a las rígidas normas que iban en contra de su trabajo y su potente poder creador, Bach fue encarcelado durante un mes; criticaron severamente su “no bajar la cabeza”, cuestionando el uso que hacía de armonías “infernales” y el no someterse a las formas musicales requeridas para la época…
Ya podemos imaginar a este Ariano de ojos penetrantes e intensos, reaccionar ante esta y otras tantas situaciones adversas…
¿Qué estaría pasando en su mente al experimentar todo esto, como muchos otros genios, adelantado a su época y viendo el amplio espectro?
Aunque parezca absurdo, caos, crisis y fatalidad son circunstancias que abren todas las puertas a la creatividad y la reinvención, a redibujarnos y abrirnos a nuevas esferas de conocimiento.
No lo sabemos hasta que se nos presenta uno de estos eventos que nos toca “las fibras”, y en este juego macabro podemos escoger sólo 2 opciones: o sucumbimos a nuestra sombra, o nos convertimos en ave fénix y abrazamos el cambio de escenario.
Cuando los artesanos del sonido nos entregamos al momento sonoro en donde “no hay primaveras sino nubes negras”, nuestro cerebro se oxigena con minúsculas partículas de supervivencia, y las neuronas que están a punto de morir reaccionan y se dicen unas a otras… ¡esperen que todavía podemos generar y producir ideas!
Esto nos llama a asegurarnos que todavía nos queda vida para crear de la nada, reinventarnos y redibujar todos los mapas que tenemos a nuestra disposición… entre ellos, hacer música…
De esta manera, entramos en otra dimensión en donde todo desaparece y sólo queda el magno e ilimitado universo sonoro en el que somos totalmente libres.
No hay sufrimiento, ni carencia, ni veranos, ni inviernos. Sólo primaveras.
Si esto es así, entonces se requiere de nosotros que aprendamos un nuevo oficio: el estar alerta, atentos, aprender a “leer”, a hacer “lecturas” de todos los eventos que nos suceden en el día para que, cuando lleguemos al espacio inevitable pero predecible de las emociones negativas, como buenos artesanos del sonido que somos pues hagamos música, y transformemos todo ese “barro” en el que estábamos sumergidos, en una hermosa escultura, en una hermosa obra musical, en una enriquecedora clase con nuestros estudiantes…
Si comenzamos con Bach, es muy posible que estas tormentas se disipen o se transformen en una nubecita que el viento de los sonidos se lleva muy lejos. ¡Se los prometo!
Sip, las tormentas nos dejan grietas y cicatrices (yo las llamo lindos tatuajes o marcas de ensamblaje), pero tengo la seguridad de que cada día nos sentaremos en el piano como seres más profundos y reflexivos.
Quizás venimos del futuro, como me dijo una hermana del alma hace poco?
Pues sigamos viajando hacia el futuro…