Comencemos por el primer elemento, del cual depende formar no sólo a un pianista sino a un ser especial, diferente y abierto a todas las manifestaciones del arte, del conocimiento y de la vida… un ser agrandado y dilatado. Esa es la meta.
Este primer elemento nace en aquellos quienes se dedican a la enseñanza, y quienes se comprometen a llevar una formación pianística hasta el final, hasta lograr que esa semilla que se sembró al principio, se convierta en un magnífico árbol que a su vez sirva de sombra y cobijo a muchas otras semillas.
Para esto, quien enseña generalmente transita por un camino difícil y árido, en donde aparecen muchos contra intentos; un camino de mucho estudio en el que la experimentación, el ensayo y el error, las innumerables equivocaciones y las interminables horas de trabajo en el piano, son el pan de cada día a través de muchos años.
En este camino se escribe mucho, se borra mucho, se lee mucho, se aprende a hacer empatía con todos quienes nos rodean, y se cae en la cuenta de que es un largo trayecto empinado y en solitario, pero en varios puntos de este camino que se escogió, se mira atrás y se contemplan muchos, muchos, muchos árboles frondosos cada vez más sólidos y sabios.
El estudio, la planificación, el dar una estructura lógica, coherente y progresiva a cada programa de piano, de teoría, de composición, de historia de la música, es el primer paso para lograr una formación exitosa, así como al hacer empatía con cada uno de nuestros alumnos, vamos canalizando lo que necesita para avanzar y “tener en dedos” todo lo que cada nivel de la enseñanza le requiere.
Asimismo, decir lo que se piensa, hacer lo que se dice, ser coherente y persistente en todos nuestros procesos; saber escoger uno o miles de caminos que produzcan soluciones y no permitir que se desacelere el proceso de aprendizaje de cada estudiante; verlo crecer, desarrollarse, afianzarse, ver que despiertan ideas e iniciativas propias, y que en dedos va adquiriendo la técnica, el repertorio cada vez más complejo, y ver cómo ese ser va transformándose no sólo en un consciente artesano de sonidos, en un músico completo, sino en ese árbol frondoso bajo el cual todos queremos cobijarnos también.
Seguimos en este viaje…