Mientras estudiamos en el conservatorio o con nuestros maestros en clases privadas, muy pocas veces tenemos claro si vamos a enseñar lo que estamos aprendiendo o si tan sólo nos dedicaremos a tocar como solistas, en grupos de cámara, vamos a componer, o seremos directores de orquesta o coros…
La música y particularmente los estudios de piano clásico, tienen infinidad de posibilidades, pero cuando tomamos la decisión de enseñar debemos hacer un alto y considerar muchos aspectos pues no será un camino fácil, sencillo, rápido, o a corto plazo.
Cuando comenzamos a transitar este camino, no sospechamos que deberíamos volver a estudiarlo todo, desde el principio. Debemos revisar nuestros primeros pasos, cuestionar todo lo que tocamos, investigar por qué, para qué tocamos ese ejercicio, ese estudio, esa sonata, ese preludio, y no otra obra del mismo compositor.
No solamente reconsideramos nuestros estudios en el instrumento, sino todo lo que aprendimos en teoría de la música, en armonía, en historia. Y en este punto decidimos qué nos funciona y qué desechamos, qué laguna o falla tenemos y debemos cubrir, sin dejar de cuestionar la calidad de la información que manejamos hasta ese momento.
Si vamos a ser docentes debemos tener muy claro todo el repertorio, de principio a fin, e incluimos en esto el repertorio del perfeccionamiento pues aquí trabajamos la información que falta, las obras que nos van a permitir cerrar los círculos de nuestro aprendizaje anterior.
No bastará con dominar dos o tres estudios técnicos y enseñarlos a todos nuestros estudiantes; tenemos la responsabilidad de aprenderlos todos, e identificar cuál es el adecuado para cada par de manos, cómo lo vamos a abordar, a transmitir, qué resultado deseamos lograr con esa obra, y si es coherente con nuestro estudiante, si la obra le va a permitir avanzar un escalón más.
Otro punto álgido en esta ecuación es, que debemos estar abiertos para hacer empatía y comprender los procesos de aquellos a quienes aceptamos bajo nuestros cuidados; para esto es imprescindible trabajar nuestro ego, nuestros prejuicios y hasta esos valores que creemos imposibles de cambiar… pues muchas veces nos vemos en situaciones donde eso que creemos infalible… cae a tierra o es falso… aprendemos siendo docentes que todo es mucho más grande, amplio y perfecto y muchas veces nos sentimos muy pequeños.
Sin embargo, con el correr del tiempo y del oficio, vamos adquiriendo esa destreza que nos permite conectar con la necesidad y la carencia del otro, y nos vemos una y otra vez en la posición de volver a estudiar y reconsiderar todo lo que hemos aprendido.
Se trata de entregar la mayor parte de nuestra vida, de nuestro tiempo, para pensar en el otro y darle lo mejor de nosotros, con el propósito de verlos florecer y ver que poco a poco se van transformando en seres maravillosos, dadores y buscadores, y que probablemente seguirán la línea de servir de ancla en este aprendizaje y en todo lo demás.
Así entonces, no menospreciemos o consideremos que quienes nos dedicamos a la docencia somos muy poco, muy insuficientes y de poco valor.
La formación de un docente es crucial no sólo para la música, sino para cualquier actividad en la que se necesite su asistencia.
Este es un oficio que requiere de cada uno de nosotros una gran responsabilidad y compromiso con el otro, una entrega de nuestras energías y nuestro tiempo de vida.
Sigamos este viaje y reconsideremos…