Septiembre. Año 1839.
Aparece una colección de 24 piezas cortas cuya duración oscila entre 30 segundos y hasta 2 minutos 30 segundos, estructuradas conforme al modo Mayor y su relativo menor, comenzando por “Ut Mayor” y La menor, y las dos últimas en Fa Mayor y Re menor.
En el prefacio del libro que guardo como uno de mis tesoros más preciados, y que estudié una y otra y otra y otra vez (Editions Salabert, No. 5049 – 22, rue Chauchat-Paris), Alfred Cortot hace un recuento describiendo esta etapa tan desgarradora de la vida de Frédéric Chopin en la Cartuja de Valldemosa, en Palmas de Mallorca, a sus 29 años, ya muy enfermo y prácticamente desahuciado.
(Alfred Cortot, uno de los grandes virtuosos y pedagogos de la primera mitad del siglo XX, muy respetado por su profunda comprensión de las obras pianísticas del romanticismo y en especial las de Chopin y Schumann, así mismo las de Debussy, Ravel y Albéniz. Nyon, Francia, Septiembre 26 1877 – Lausanne, Junio 15 1962… 87 años)
Sabemos bien que padecía de tuberculosis, y el clima de ese lugar le fue recomendado por su calidez… pero, y como Chopin lo escribe en una de sus cartas, “a pesar del calor de 18 grados, a pesar de las rosas, los naranjos, las palmeras y las higueras en flor, he estado enfermo como un perro, y he recibido mucho frío. Es por esta razón que no he podido enviar los manuscritos, y no están terminados todavía”. (Esta carta la escribe el 3 de Diciembre, a su amigo Fontana).
La llegada a la Cartuja tiene lugar en la primera mitad de ese noviembre, y al arribo de su piano, inmediatamente se dispone a componer.
Había comenzado a escribir sus Preludios en 1836, y para 1838 Chopin muestra a Camille Pleyel (constructor de sus pianos favoritos, y a quien le dedica estas maravillosas 24 joyas), algunos preludios, y conviene con él en vender la obra completa por 2.000 francos. (Recibe un adelanto de 500 hasta el siguiente abril).
En Mallorca, los tres médicos más relevantes del lugar se reúnen para llegar a un diagnóstico común, descrito en la misma carta a Fontana:
“el primero dijo que moriré, el segundo, que estoy muriendo, el tercero, que ya estoy muerto, pero mi enfermedad dañó mis preludios, que recibirás Dios sabe cuándo. Amaría que sean dedicados a Pleyel, y la segunda Balada a Schumann… si Pleyel no quiere renunciar a la dedicatoria de la Balada, dedicarás los preludios a Schumann”.
En su libro “La Historia de mi vida”, publicado en 1855, Aurore Lucile Dupin, alias George Sand (París, 1 de julio de 1804-Nohant, 8 de junio de 1876), amante de Chopin y quien lo acompañó en su viaje a Mallorca, nos dejó una importante descripción de este evento:
“… soportando su sufrimiento con coraje, no podía vencer la inquietud de su imaginación. Su claustro estaba plagado de terrores y fantasmas, de espectros; no lo decía pero los veía venir.
Al regresar de mis excursiones con mis hijos, lo encontrábamos a las 10 de la noche, frente a su piano, con rostro muy demacrado y sus cabellos erizados. Nos reconocía al cabo de unos minutos, y hacía un esfuerzo por sonreír; entonces escuchábamos lo que había escrito, o bien compartía con nosotros las ideas terribles y delirantes que le venían en ese momento de soledad, de tristeza y pavor… he aquí que ha compuesto las más bellas páginas que ha intitulado “Preludios”. Son obras maestras repletas de visiones mentales de monjes fallecidos, del canto fúnebre que lo asediaba, de la risa de los niños del entorno del sonido lejano de las guitarras, del canto de los pájaros sobre las hojas húmedas… no distingue ya su sueño de la realidad…”
George Sand
Así, detrás de estas 24 joyas, se esconde todo un mundo de padecimientos y visiones fantasmales que quedan plasmados en cada pentagrama, así como también los momentos sublimes vividos en la Cartuja…
Que el mundo sepa que, estos sonidos inigualables manifiestan una parte trágica de la historia vivida de un genio.
Que el mundo sepa que, esto también forma parte de un legado que nos hará transformarnos en otra raza, en seres dilatados y agrandados…
Sigamos el viaje.