Al escoger una obra en particular, obviamente comenzamos por observar su estructura, sus posibles dificultades técnicas, y a partir de allí comenzamos el proceso de lectura. Una vez que esta base está asimilada y en dedos, seguimos con todo lo que son las texturas sonoras, el tempi, la memoria, y en ese momento llegamos a ese punto del camino que llamamos la interpretación…
¿Ad libitum? No; de ninguna manera pues sólo somos intérpretes en este caso, no compositores. Lo cual no quiere decir que debamos limitarnos exclusivamente a los parámetros establecidos por todos aquellos quienes han tocado esa obra antes que nosotros.
Este oficio de hacedores de sonidos nos pide que desarrollemos permanentemente una búsqueda muy personal de la información que nos hace falta sobre todo el repertorio que tocamos. Lamentablemente internet aún no la tiene de manera extensiva, y sin embargo podemos acercarnos a un buen material.
En este sentido es muy importante investigar sobre los compositores cuyas obras estudiamos, sabiendo que llegaremos a un tope pues tampoco aquí hay suficiente información, o muy exacta, aun cuando contamos con tan buena suerte que hoy disponemos a través de la web de muchas de sus epístolas, diversos escritos y documentación, de tal manera que por ellos podemos tener una idea más cercana de sus vidas, y así podemos aprovechar para acercarnos a sus historias y sus vivencias en las épocas en las que les tocó vivir.
Sobre todo, el punto esencial aquí es conectarnos con quienes crearon todo esto que llega a nuestras manos, y que estudiamos en el piano, o en cualquier otro instrumento.
Esto nos lleva a saber quién era el personaje, cómo era su personalidad, la calidad de sus sentimientos, sus alegrias y dolores, sus tragedias, que en aquellas épocas no han debido ser pocas, y hasta podríamos intuir sus pensamientos y visiones a través de cada compás que pasa por nuestros dedos…
Es por esto que dos de los ingredientes que necesitamos para trabajar en la interpretación de una obra son la visualización y la imaginación.
La primera imagen que nos llega generalmente es la más certera, pues está “limpia” y es ajena a nuestro ego que todo lo invade. Cuando la percibimos, inmediatamente nos llega una sensación, y ambas están estrechamente conectadas con lo que estamos tocando, aunque, por otra parte, ¿quién nos dice que el mismo compositor no nos lo está sugiriendo?. Inmediatamente escribimos o si es el caso, dibujamos todo tal y como lo hemos percibido, y revisamos una y otra vez, hasta darle forma definida y aplicarla sobre nuestro trabajo.
Reglas matemáticas, o un recetario para interpretar una u otra obra, no existen como tal, pues se trata aquí de entrar en el universo de cada obra, y comprender el tiempo y lugar que ocupa en el espacio de la música. Es por esto que necesitamos aprender a ser no sólo buscadores sino seres sensoriales, emocionales, que podamos conectarnos con ese mundo sonoro con entera amplitud de criterio y permitiendo que podamos comunicar a otros casi sin interferencia de nuestro ego…
Por la música que hacemos y al servicio de la música siempre…
Sigamos este hermoso viaje de exploración…