Porque uno de mis padres estudió durante unos años y no logró ser un músico profesional… porque uno de mis padres es pianista y me exige serlo también, para continuar la tradición… porque amo un estilo determinado de música y quiero dedicarme a eso… porque quiero brillar en el escenario y recibir aplausos y más aplausos… porque preferí estudiar otra cosa y ahora me arrepiento por no haber estudiado música y lo estoy intentando de nuevo… …porque uno de mis hermanos mayores estudia en el conservatorio y no me pueden dejar solo o sola en casa… porque mis padres tienen miedo de que la vida me lleve por mal camino y me obligan a estudiar piano… porque compraron un piano y no quieren desperdiciar el dinero invertido… porque amo la música y quiero dedicarme a ella…
porque la música sana mis dolores…
Como estas preguntas existen miles para cada uno de nosotros, y no solamente con respecto a los estudios musicales, sino con todo aquello que deseamos o debemos aprender.
Cuando estudiamos un oficio o una carrera, en la mayoría de los casos nos visualizamos ejerciendo como profesionales, y en otros, dejamos que la vida nos lleve a donde ella quiera, sin imaginarnos como tales o cuales profesionales; simplemente recibimos lo que la vida nos vaya concediendo con o sin estudios específicos y continuados, sin haber pasado por un principio y haber terminado esa etapa de aprendizaje; lo dejamos a la mitad o quizás casi al término.
Es como estar permanentemente a un paso atrás de un gran “no sé”, de un gran vacío desconocido, de un “amanecerá y veremos”, y es totalmente válido, hasta que llegamos a ser adultos.
Aquí comienzan las lamentaciones y es muy probable que depositemos en nuestros hijos o nietos esa educación que no terminamos o que soñamos tener en alguna época y no lo logramos… ¿Duro no?
Estudiar música, estudiar piano, implica muchas cosas; una de ellas es que, lo sepamos o no, vamos a invertir más de la mitad de nuestras vidas estudiando, aprendiendo nuevas destrezas a medida que avanzamos, y nos veremos en la necesidad de buscar aquellas disciplinas que complementan la nuestra, eso si queremos llegar a ser músicos integrales, completos.
Esto implica que probablemente estudiaremos en paralelo, pintura, literatura, historia, geografía, psicología, idiomas, danza, ballet, escultura, matemáticas, filosofía…
Si tomamos este camino de hacedores de sonidos debemos conocer aquellos complementarios que cierran un gran círculo de nuestro aprendizaje, como es el conectarnos con nuestro cuerpo físico, por un lado, acceder a la parte de la historia a la que corresponde la vida de los personajes a quienes estudiamos, para comprender por qué, para qué o para quién, dónde y cuándo hicieron lo que hicieron, con quién se relacionaron y qué influencias tuvieron en sus obras, obras que llegan hasta nosotros y, por decirlo de alguna manera, al estudiarlas ya nos conecta a esa delgada línea roja que lo une todo.
¿Qué hace la música, qué hace el piano y todos los demás instrumentos, que nos indican que no va a ser ni rápido, ni fácil, que nos van a colocar frente a un espejo una y otra vez para que nos reconozcamos y nos pongamos en el fiel de la balanza, para evaluarnos y decidir si seguimos o no, si mutamos o no, si el estar solos con nuestro instrumento nos hace más reflexivos e intuitivos y nunca ciegos o indolentes.
Hagamos una prueba: estudiemos a JSBach durante siete días; o si no, escuchemos sus obras en un horario fijo, durante esos siete días.
Se habrá operado un cambio en nosotros, casi imperceptible pero muy cierto; percibiremos los espacios y los eventos sutilmente distintos.
Tan sólo hagamos esa pequeña prueba. Nos dará también continuidad en el tiempo, muy valiosa para estos días.
¿Por qué no?
Sigamos entonces en este viaje…