Generalmente durante nuestros estudios formales de piano trabajamos varias obras escritas para cuatro manos; obras maravillosas de Mozart, Martin, Schubert, Brahms.
Quienes hemos pasado por allí seguramente recordamos con placer y responsabilidad esas experiencias vividas, pero, ¿realmente estamos conscientes del peso específico de esto que significa compartir el piano con otro par de manos, con otra cabeza, otra mente, otra manera de sentir la música, y tener que acoplar(nos) en una sola obra, aun cuando seamos diametralmente opuestos… o no “seamos compatibles”? Otra grande e importante prueba que nos invita a crecer…
¿Qué implica este episodio en nuestras vidas?
Cuando todo esto queda guardado como parte de nuestra historia y lo traemos al presente, la sensación de complicidad, de comunidad que se creó y experimentó en aquel entonces cobra vida de nuevo, y comprendemos que la música por un lado nos demanda soledad para poder internalizar el conocimiento y desarrollar las destrezas que necesitamos, y por el otro, nos pide trabajar en equipo para revelar y compartir estas obras de arte.
Para estudiar un repertorio, para preparar una clase, nos retiramos a nuestros espacios interiores donde todo debe dejar de existir; sólo estamos allí con nuestro instrumento, nuestras partituras y anotaciones, pero al hacer un ensemble con otro músico, nuestro espacio se convierte en otro tipo de laboratorio.
En este laboratorio comienzan a generarse ideas para abordar las obras que estamos estudiando, y sale a la superficie la necesidad de acoplar nuestras “cuatro manos” para obtener sonoridades, pesos, articulación, expresión, y miles de factores que hacen que la obra vuelva a existir en el plano sonoro una vez más, tome forma, sentido, y logremos dejar impreso nuestro ingrediente personal y en conjunto.
Así resulta como producto de una unidad, un acuerdo común, sensorialmente agradable y placentero tanto para quienes la tocamos como para quienes la escuchan.
Esta experiencia de trabajar en el piano a cuatro manos, forma parte del desarrollo y proceso emocional e intuitivo de un artesano de sonidos, porque implica desprenderse del sentido de pertenencia, y compartir algo tan íntimo como lo es el sentarse en un piano a estudiar o tocar; en esos momentos compartidos dejamos de ser “uno, yo”, y nos transformamos en “dos en uno” dentro de un proyecto en común: “la música”.
Aprovechemos este tiempo para explorar, y continuemos este viaje…