Comparto el pecado, pero no al pecador.
Durante mis dos últimos años de estudios en el Conservatorio, llegaba muy temprano en la mañana, un poco antes de mi clase, para preparar los dedos y el repertorio que iba a presentar ese día a mi maestra de piano.
Ya para ese entonces, me había inventado una forma de, lo que llamo hoy en día, entrenamiento, para estar preparada para mis 2 horas de clase.
Los salones donde estaban los pianos siempre se mantenían a puertas cerradas… algunos de ellos con dobles puertas, por aquello de la insonorización, de tal manera que lo que se escuchaba era relativamente tenue, dependiendo de la intensidad de la obra que se ejecutaba.
Un día percibí que la puerta exterior del salón donde practicaba, se abría, pero era muy temprano y mi maestra llegaba puntual a mi hora de clase, así que quien lo hacía no era ella. (Esto pasaba siempre a la misma hora y el mismo día).
A la semana siguiente, escuchaba levemente en otro de los salones que, todo lo que tocaba se reproducía en otro piano, en el mismo orden en el que yo lo hacía la semana anterior.
Entonces, allí comenzó la “diversión”!
Decidí hacer “corte y costura” con todo mi entrenamiento, para escuchar si esa persona hacía lo mismo. No era gran cosa porque quien estudia piano generalmente toca las mismas obras en algún momento, pero igual, me decidí a hacer ese “corte y costura”.
Modificaba rítmicamente todo, cambiaba las tonalidades; decidí que mis víctimas, (pobres), en ese momento iban a ser los estudios de Hanon, Gran Pischna, Brahms y Czerny. Hasta el pobre Chopin pasó por esa sala de operaciones.
Estos grandes compositores sufrían la tortura de descomponerse en miles de formas rítmicas e intervalos, unos más locos y desalmados que otros… fueron mis víctimas en realidad.
Todo esto lo hacía para ver si ese estudiante de piano lo repetía, y nop; fracasé!
No lo hizo! Esto se había convertido en un juego y me sentí muy decepcionada; no tenía compañero para jugar.
Poco tiempo después, mi programa de grado se repetía exactamente igual en el otro salón, en el mismo orden.
Y de pronto, una mañana me encuentro con “sombrita” (así lo llamé).
Me llevé una gran sorpresa porque resultó ser uno de mis amigos del Conservatorio.
Finalmente abrió la segunda puerta del salón donde yo practicaba, y me preguntó cuáles eran los estudios que yo hacía porque nunca los había escuchado. Me pidió las partituras. No supe qué decir; me quedé muda; me tomó por sorpresa!
No me atreví a decirle que para mí, todo lo que estaba estudiando o había estudiado, ordenadamente en programas de piano, de teoría, de lo que fuera, yo lo volteaba al revés porque me gustaba poner todo de cabeza. Bueno, ya hoy en día es un hábito. No hay nada qué hacer.
Todavía me gusta mucho “cambiar y poner de cabeza” todo lo que se supone que debe ser de una manera… los dogmas de fe o los “porque sí y te lo aprendes así”.
La pregunta: …¿y qué pasa si…?, estaba totalmente descartada, como sigue ocurriendo en muchos aspectos de esta vida; no para mí.
En verdad, ni muerta le confesaba que se trataba de esos inventos locos que yo me hacía sólo para divertirme y cambiar la rutina, y esos “porque sí”.
Me gradué un año antes que él, y cuando fui a su recital de grado… oh sorpresa!, era exactamente el mismo programa que yo había tocado!
Por supuesto que no tengo nada en contra; por el contrario, como aprendizaje fue maravilloso, pero aún hoy lamento sinceramente que él en ese entonces no hubiera tocado esos inventos locos en el otro salón… tal vez entre los dos habríamos escrito muchas obras, y habríamos contagiado a nuestros compañeros cellistas, violinistas y cantantes, para componer entre todos… había demasiada competencia…
El punto es que sí! Somos competitivos. Pero hay competencias de competencias. Hoy en día todavía creo que ésta era sana, y me incentivó a buscar otra manera de estudiar, me invitó inconscientemente a abrir otras puertas, y a descubrir que la música es ilimitada; que puede verse desde muchos prismas, y que todos son válidos; así que, dejando la competencia a un lado, ¿por qué no inventarse una para cada par de manos?
Eso sí! Bueno esto de los inventos, pero recordemos en todo momento que los tendones son nuestro talón de Aquiles; así que con moderación y sin estiramientos atléticos.
Y al final del camino… pensemos por un momento que competir es retar, y si descartamos esto y lo convertimos en lograr nuestras propias metas, en vencer nuestras propias “sombritas”, y llegar a nuestros objetivos con mucha satisfacción… ¿no es más divertido?
Pues pongamos todo de cabeza… y sigamos el viaje.