Muchas veces, cuando estudiamos una obra nos sucede que perdemos el sentido de la reflexión, de la auto observación y el análisis con respecto a lo que estamos tocando.
Nuestra atención comienza a viajar hacia otros territorios y dejamos a un lado la concentración y el control que sosteníamos sobre lo que estábamos tocando…
Entonces aparece eso que llamamos errores, a lo que tanto tememos y a lo que sucumbimos con mucha facilidad, y como humanos que somos, es muy probable que lleguemos a saturarnos por haber repetido mecánicamente ese fragmento una y otra vez.
Los errores que cometimos por una u otra razón, nos vencieron hoy.
Bien sea que aparezcan sobre nuestra lectura, sobre la fluidez y la coherencia durante toda o parte de la estructura armónica y melódica, por lo que terminamos por ahogarnos en un compás, en un pentagrama, o probablemente tocamos muy rápido y dejamos pasar detalles en las sonoridades, en el diálogo que está escrito entre las dos manos…
Hay miles de razones por las cuales cometemos estos errores mientras estudiamos piano, y no vamos a ir al paredón por eso… nop.
Asi mismo, es muy común que, inconscientemente, pasemos por alto ciertos errores que van a convertirse en parte de nuestro repertorio, y si, en un examen o en un recital, alguien conoce la obra y detecta estos errores, seguramente iremos al banquillo de los acusados…
A lo largo de la historia y no sólo en la música, muchos errores se han pagado caros, y no sólo los errores; obras que han sido rechazadas, como en el caso de Rachmaninoff, adelantado a su época, cuando dirigió su primera sinfonía; cayó en una profunda depresión y estuvo en terapia durante un tiempo… tres años sin abrir el piano…
Muchos grandes creadores pasan por estas etapas depresivas, como Marguerite Yourcenar, genio creador de las “Memorias de Adriano” entre otras maravillas.
Si observamos muy cerca nuestros espacios emocionales, advertimos con claridad que el rechazo y el error son estados diferentes pero van de la mano entrelazados.
Percibimos que el error abraza el rechazo y por consiguiente, el primero será la flecha dirigida directamente hacia nosotros como el desencadenante del segundo: el juicio de valor y hasta el descrédito en el peor de los casos… cruel ¿no? ¿El error sería el monstruo y el rechazo su consecuencia?
He aquí que comenzamos de nuevo con las preguntas…
¿Qué hacemos con esos errores que dejamos pasar en nuestro repertorio pianístico, por ejemplo?
Seguramente volvemos sobre nuestros pasos, hacemos las correcciones precisas y seguimos.
Pero, y si, por haberles restado importancia, hemos dejado pasar esos y otros errores, de tal manera que adquirieron forma considerable y han trascendido más allá?
Y no sólo en la música que interpretamos y enseñamos, sino en nuestras vidas…
Aquí viene la gran decisión que debemos tomar y se nos puede presentar cuando menos lo esperamos:
lo identificamos, lo reconocemos, lo abrazamos, lo convertimos en nuestra gran obra de arte, en nuestro mayor logro como profesionales y como personas, y hasta lo podemos depurar y llegar a transformar en una gran tendencia o en una gran escuela que sirva a muchos.
Si vamos sumando todos nuestros errores, reestructuramos, redibujamos nuestra manera de concebir la música, nuestro trabajo como pianistas, como personas, y a través de nuestra vivencia, podemos sentar bases y apoyo para otros.
Entonces, que nuestros errores se conviertan en grandes logros creativos y productivos, en grandes obras bien pensadas compás por compás, y que el rechazo que le sigue sea el gran motor para continuar este viaje de aprendizaje y mutación permanentes.
Sigamos pues, este viaje lleno de hermosos errores…