Juan Sebastian Bach (1685-1750), nuestro Quinto Evangelista, escribió una vez que la catástrofe era un buen motivo para sentarse a tocar, a componer, a enseñar el oficio, y a él no le tocó precisamente una época fácil pues los sistemas de enseñanza eran caóticos, tiránicos, y la religión tenía poder de vida y muerte sobre cualquier intento creador, distinto, innovador.
No había posibilidad de respirar “aire puro”; no se visualizaba una vía de escape sin pasar por el escrutinio riguroso del juicio y la muerte, y sin embargo en Alemania, Lutero en su momento anterior (1483-1546), hizo lo suyo allanando y abonando este territorio comanche, y dejando su firma autógrafa, profunda, que cambió muchos esquemas y creencias (no soy Luterana pero Bach sí lo fue, desde joven).