Como músicos, en algún momento nos hemos preguntado sobre cómo funcionan nuestros procesos de entendimiento, o a través de qué mecanismos asimilamos toda la información sonora que recibimos, y de qué manera la transmitimos cuando hacemos nuestro oficio…Pues bien sabemos que nuestro cerebro permanentemente recibe y archiva sin descanso, sin discriminar.
Es por esto que, cuando aceptamos sin filtro todo tipo de información sonora o de otra índole, esto se va convirtiendo en un hábito que nos ofrece una vía cómoda para dejar para después el objetivo de nuestro plan del día, por ejemplo, y así progresivamente vamos perdiendo foco y centro, nos saturamos, nos perdemos en el momento menos pensado, nos bloqueamos, todo se paraliza de pronto… demasiada información… demasiado ruido… y ahora, ¡huyamos sin comprometernos!
Escapar es lo más fácil; vamos dejándolo todo a medias porque sentimos que es demasiado para nosotros, porque nos toma mucho tiempo aprender, porque queremos aprender rápido, fácil y que no requiera esfuerzo alguno de nuestra parte…De esta manera una y otra vez perdemos de vista nuestros objetivos y así vamos diluyendo y postergando todo aquello que nos conduce a lograr lo que realmente deseamos y por lo que hemos estado desplegando todas nuestras mejores energías.
En nuestro caso, terminar una sonata, un preludio, una suite, un estudio, una obra que estamos escribiendo… metas que pusimos sobre la mesa en un momento dado y con las que hicimos un mapa de trabajo, un plan, y a las que hemos invertido gran parte de nuestros días, semanas, meses, pueden verse inconclusas una vez que adquirimos el hábito constante de entregarnos a un exceso de información que acaba por diluirnos, y así van quedando postergadas e indefinidas. Hasta que terminan encerradas bajo llave, y aquí nos decimos: “sentarme en el piano me toma demasiado tiempo y tengo que hacer miles de cosas hoy”, entre otras “razones”.
Eso que llamamos nuestra zona de confort, es la que muchas veces nos permite que abramos las puertas a todo lo que nos es fácil y cómodo, y sin embargo, en el territorio salvaje e inexplorado de nuestra mente, sabemos cuáles son nuestras prioridades, independientemente de las circunstancias que nos rodean… del ruido que nos rodea… nos atormentan y por eso preferimos cerrar esas puertas.
Ahora pasemos esto a los niños y adolescentes y sus actividades extracurriculares, que en este momento se ejercen online. Al terminar las clases habituales, comienza un rosario de estas actividades que los ocupan el resto del día, por lo cual no pueden abrir espacios para conectarse consigo mismos, para visualizar e imaginar su mundo interior, para dibujarlo y desarrollarlo. Una de estas actividades es la música y el aprendizaje de uno o varios instrumentos.
Cuando llegamos a este punto y nos corresponde trabajar con uno de estos niños, o adolescentes, lo primero que examinamos es su manera de comunicarse, sus ademanes, su colocación postural, además de otros aspectos, que revelan gran parte de lo que pasa “adentro”… y allí comenzamos a trabajar. Dura prueba para uno, pues desmontar esta dispersión y lograr un centro será arduo, requerirá hacer una empatía que muchas veces duele, escuchar, lograr comprender, dialogar e interactuar muy sutilmente para llegar al centro de esa dispersión y así poder canalizar, si bien no todo, al menos una parte de ese territorio disperso, a través de la enseñanza de nuestro instrumento.
Ahora cabe preguntarnos de nuevo si no es más fácil observar las tendencias e inclinaciones naturales de los niños y los adolescentes, es decir, qué les gusta, en qué ocupan la mayor parte de sus tiempos libres, cuando no están sumergidos en sus dispositivos.
Se trata de aprovechar aunque sea un nanosegundo para lanzar nuestro anzuelo y “pescar respuestas”.
Observemos pues, cuánto de nuestro tiempo precioso ocupamos saturando nuestro disco duro y evadiendo…
Sigamos en este viaje y busquemos solución…