Cuando comenzamos a estudiar una obra es importante tomar en consideración varios elementos.
Observemos las actividades que hacemos antes de sentarnos a trabajar, a aprender algo nuevo en el instrumento, nuestro estado de ánimo, el nivel de descanso o agotamiento que tenemos, el espacio que hemos escogido para trabajar, la hora del día que disponemos para hacerlo, si es en la mañana, en la tarde, en la noche; bien sabemos que muchos de nosotros no tenemos la libertad de sentarnos en el piano a cualquier hora… son muchos los factores que influyen para aprovechar realmente nuestro tiempo de estudio, lograr resultados efectivos en cada sesión y avanzar progresivamente.
EL instrumento sobre el cual estudiamos no necesita un gran espacio, basta sólo con acondicionarlo en la medida de nuestras posibilidades, para que nos sintamos a gusto y tengamos la seguridad de que vamos a disfrutarlo y a conectarnos verdaderamente con todo el plan que nos hemos trazado.
¿Escribirlo? Es lo más recomendable. Así podemos hacer un seguimiento detallado del tiempo y el repertorio que tenemos entre manos y queremos alcanzar. Todos estos factores contribuyen a que podamos progresar paulatinamente y en todo sentido. Ahora bien, si nos detenemos a revisar el momento justo en el que nos sentamos con nuestro instrumento, el piano en nuestro caso, y analizamos cómo nos sentimos, qué estuvimos haciendo hasta ese entonces, si el espacio donde hemos ubicado el instrumento está repleto de objetos que nos distraen… o nos perturban… entonces pongamos en una balanza todos estos ingredientes y evaluemos cómo será la calidad del trabajo que haremos en ese tiempo que hemos destinado a estudiar…
Los fragmentos en una obra suceden por diversas razones y muchas de ellas son estas que hemos mencionado, pues si nos encontramos en estas situaciones, anímicamente no estaremos debidamente conectados para obtener un buen resultado. Por otro lado, cuando estudiamos una obra y no revisamos antes su estructura, su dimensión, si no establecemos segmentos armónicos o melódicos, o el diseño entre progresiones armónicas, si no hacemos un mapa de ruta sobre la partitura para trabajarla con puntos de partida y resolución que nos servirán al momento de memorizar, estaremos leyendo algo como si fuéramos una gota de agua en el océano, sin principio ni final, sin puntos de referencia o apoyo para nuestros procesos cognitivos, y muy probablemente nos perderemos entre pentagramas y notas y silencios y doble barras.
De la misma manera, si comenzamos nuestra rutina de estudio e interrumpimos una y otra vez, es decir, no terminamos de hacer una lectura relajada y limpia aunque sea de una sección o un movimiento, y repetimos estos cortes una y otra vez, nuestro disco duro va a procesar esa información como miles de fragmentos independientes y no relacionados entre sí; cada fragmento corresponderá a cada mini estudio que hemos hecho, lo cual no quiere decir que vamos a estudiar por espacio de quince horas seguidas para evitar todo esto e intentar darle una unidad titánica a todo lo que tocamos; tampoco funciona si no establecemos un plan de antemano.
Podemos estudiar por un período de quince minutos pero sólo si trabajamos una pequeña parte de nuestro mapa, para corregir su base de lectura, digitación, fraseo, sonoridades, por ejemplo, para intentar solucionar todo esto en ese tan corto tiempo…
El estudio de un instrumento nos pide planificar de antemano, diseñar un mapa de nuestro repertorio, observar nuestras condiciones de tiempo y espacio para trabajar, comenzar por lo más difícil pero dentro de un plan que logre unificar cada obra, y sobre todo, el tiempo de estudio que vamos a destinar para cada sesión.
Así pues, seguimos este viaje..