El camino que recorremos entre un sonido suave y uno fuerte, como ir hundiendo los dedos lentamente en la arena de la playa y luego sacarlos en la misma forma. Un crescendo y un decrescendo. Eso es lo que hacemos en el piano para darle intensidad y sentido expresivo a nuestros sonidos, y para esto hacemos uso de varios recursos tales como nuestra capacidad para visualizar, intuir e imaginar.
Este sentido expresivo y las texturas sonoras van cambiando a través de la historia de la música, e igualmente la construcción de los instrumentos irán permitiendo más posibilidades acústicas, que servirán de valioso soporte a los compositores e intérpretes, por lo cual nuestra aproximación a la interpretación de las sonoridades es motivo de estudio y búsqueda en esas épocas tan llenas de creatividad e innovación.
En el Renacimiento, por ejemplo, se sabe que Giovani Gabrielli fue uno de los primeros compositores en hacer anotaciones sobre la dinámica de sus obras, y en el Barroco los fp, los forte piano, aparecían a la orden del día.
Siempre tomando en cuenta las posibilidades de cada instrumento, y si algún compositor indicaba específicamente una sonoridad sobre algún pasaje, lo cual para ese entonces no era muy usual.
Ya en el Clasicismo con Haydn y Mozart, comienzan a aparecer los reguladores de sonoridades, los crescendo y decrescendo, y así van adquiriendo más vida propia, y estudio aparte después de haber completado la base de la lectura de las obras.
En el Romanticismo las indicaciones van tomando un carácter más íntimo, sensorial y emocional… un “piú agitato”, un “morendo”, ya nos invita a conectarnos con nuestros procesos interiores, sentimientos y emociones para proyectarlos sobre estas frases musicales, como cuando aparece el lenguaje profundo de Chopin, y las grandes sonoridades sobre los ritmos intercalados de Johannes Brahms, que casi nos obligan a interpretarlos desde nuestros paisajes interiores, que no siempre son sublimes y luminosos.
Cuando surge el Impresionismo, ya la proyección aérea y dinámica del sonido adquiere otro tipo de identidad.
En 1.897, Erik Satie escribe sobre sus “Piezas Frías” las siguientes indicaciones: “De una manera particular”, “obedecer”, “fatigado”, “enigmático” … ya nos imaginamos cómo vamos a lograr estos estados de ánimo sobre una frase que vive durante un nanosegundo, además de que, maravillosamente, las Piezas Frías no las escribe con barras divisorias de compás, así como una armadura en la clave de sol y otra en la de fa… toda una aventura!
Para este entonces, las sonoridades se trabajarán desplegando una gran gama de “impresiones” sin forma definida pero sí con ánimos muy claros y bien indicados. Otra cosa, y muy retador para trabajar, pues hasta debemos despersonalizarnos en muchas obras para mimetizarnos con ellas. Como en la “Música Callada” de Federico Mompou.
Como vemos, nuestra tarea en este “territorio” sonoro consistirá en ser los traductores y comunicadores de todas estas maravillas creadas a través de la historia, así como también hacemos un pacto “sobreentendido” para abrir esas puertas de las épocas y las vidas de estos grandes predecesores nuestros… Esta es una tradición que se transmite de generación en generación, como muchas otras.
Escogimos esta herencia, sigamos este viaje lleno de sorpresas.