Generalmente comenzamos a estudiar un instrumento desde tempranas edades; es lo usual y esencial en esos primeros años, mas no una condición sine qua non. Podemos comenzar esta nueva “empresa musical” a cualquier edad.
Ahora bien, la calidad de la enseñanza que recibimos desde el principio será muy valiosa durante nuestro aprendizaje en el tiempo, pues en los inicios se sientan las bases y las estructuras fundamentales de lo que va a resultar en un futuro.
A medida que nos vamos adentrando en el vasto mundo de la música para piano y la vamos asimilando poco a poco, simultáneamente se operan transformaciones imperceptibles dentro de nosotros, cosa que ocurre preferiblemente si nuestra educación musical es coherente, completa y continua… vamos creciendo cronológica y físicamente, sí, pero enriqueciéndonos con el arte de los sonidos emocionalmente y anímicamente; adquirimos otra visión de lo que nos rodea.
Es como mudarnos varias veces de una “residencia psicológica” a otra, y en cada mudanza descubrimos que en el territorio sonoro, en el espacio sonoro que vamos ocupando, porque la música misma nos va llevando, se van añadiendo más elementos que nos invitan a seguir estudiando y estudiando; sentimos que nuestras destrezas se acoplan poco a poco al repertorio de turno, pero en nuestro interior crece la voluntad, la intuición musical, y esa nueva percepción de lo que nos rodea nos induce a revisar y reflexionar más allá de las fronteras que conocemos, o que se nos permite conocer, y con el tiempo no aceptamos todo como está dado; comenzamos a cuestionar.
Es como si el contacto permanente con los sonidos, con la parte técnica e interpretativa que debemos adquirir y hacerlas nuestras para seguir avanzando, a su vez nos va mudando de una tierra a otra, y sin darnos cuenta ya somos otros con esas tierras.
Estudiamos obras que fueron escritas en la edad media, en el renacimiento, en el clasicismo, en el impresionismo… y nosotros, cada uno en su tiempo de vida, hacemos que desaparezca el tiempo y el espacio porque lo traemos al hoy, lo estudiamos y le damos una expresión y un significado propio para después expresarlo a los demás.
Partimos del hecho de que somos re-creadores, re-hacedores de lo que otros hicieron una vez y es por eso que lo que tocamos debe tener un significado propio en primer lugar. En este proceso de expresar las intenciones musicales de otros, vamos comprendiendo que dejamos atrás las fronteras internacionales pues estudiamos a un polaco, Chopin, a un alemán, Bach, a un noruego, Grieg, a un argentino, Ginastera, Piazzola… vamos más allá de las guerras, los cambios políticos, los desastres naturales; afuera cambian las circunstancias en tanto que las tradiciones se mantienen constantes… nosotros seguimos estudiando renacimiento, romanticismo…
Como decía Leonard Bernstein en una de sus clases de dirección orquestal, los artistas perdemos la sensación del paso del tiempo y del yo, y creamos un sentido de relación con el universo, que nos retiene en este oficio de los sonidos y el arte, a pesar de todas las dificultades.
Nuestro verdadero aprendizaje en el piano nace en la reflexión y experimentación de toda la información que recibimos; qué nos funciona y qué no y aquí cuestionamos también.
Escribimos y tomamos decisiones o modificamos lo aprendido.
¡Sí! Habilidades mecánicas, independencia de dedos, super velocidad, tocar las obras “imposibles” y ser admirados y aplaudidos por el planeta completo, es la meta de muchos, de la mayoría, y lo que vamos cambiando por dentro no tiene la menor importancia…. válido, pero si, mientras aprendemos, decidimos sumar y compartir, nuestro ego debe quedar bien guardado en lo más profundo de nosotros, y es en ese entonces cuando caemos en cuenta de lo mucho que hemos cambiado con esta experiencia de sentarnos en el piano para aprender; nuestras habilidades ya van más allá de lo que nunca imaginamos.
Sigamos este maravilloso viaje de aprendizaje…