Se hacen una o dos veces al año entre todos los estudiantes de una o varias cátedras de instrumentos y de música de cámara. Formalmente y a nivel académico las llamamos Mini conciertos, cuando ya la entrada es abierta al público. Esta es una costumbre que se ha mantenido desde hace muchos años en los conservatorios de música y en las escuelas de danza.
Las hacemos para que los estudiantes demuestren su esfuerzo y sus logros, y sobre todo, para compartir las obras que sirven de referencia a todos aquellos quienes siguen un programa continuado de un instrumento, en nuestro caso. El propósito, más allá de escucharse unos a otros, es el de cohesionar un grupo; crear una conexión emocional entre ellos, que casi siempre termina en una hermosa amistad, en una comunidad.
Bien sabemos que el mundo del arte es muy competitivo por naturaleza y muy solitario, en última instancia, pero cuando tomamos esta maravillosa costumbre de reunirnos periódicamente para tocar lo que tenemos en dedos, el nerviosismo natural que se respira en el ambiente va transformándose en una nueva forma de interacción, y va suavizando ese quehacer solitario que nos caracteriza.
Así, puede llegar a convertirse en un verdadero placer y disfrute que todos compartimos, a la vez que aprendemos y avanzamos generando comunidad y afectos, y, ¿por qué no?, nuevas ideas y tendencias también.
Me pregunto si alguno de ustedes ha experimentado una de estas clases colectivas alguna vez?
La vivencia es muy enriquecedora en verdad.
Sigamos este viaje…