Uno de los objetivos principales que nos mueve a tomar la decisión de asumir la formación de un alumno, es lograr que cada uno de ellos lleve a cabo un programa, un conjunto de obras musicales que se ajusten a sus necesidades, y desarrollen sus capacidades.
Es como si fuésemos arquitectos frente a un nuevo proyecto…
Generalmente, estos proyectos, o programas de piano, parten de una base técnica, adecuada e imprescindible para abordar el resto, y en el caso en el que nuestros alumnos ya tengan un camino recorrido, corto o largo, lo estructuramos en base a los cimientos que ya existen, para que su evolución siga su curso.
Sin embargo, muchas veces nos hemos encontrado con que este edificio no tiene bases sólidas, y hay que “derrumbarlo, para volverlo a armar”… Sip.
No se trata de comenzar desde cero, puesto que ya se ha transitado por un camino; se trata de reestructurar y hasta de reparar y rellenar partes que, o nunca existieron, o existiendo, generaron una o varias grietas.
En estos casos, nos sentamos a investigar a fondo cada obra de todo el repertorio pianístico que tenemos, y que hemos trabajado a través de los años de enseñanza.
Como un arquitecto, sobre nuestro plano tomamos medidas, calculamos probabilidades de éxito y soluciones, eliminamos una sonata o un estudio técnico, añadimos otro que funcionaría para rellenar una de esas grietas (las más grandes van en primer lugar), evaluamos posibles soluciones, probadas en el tiempo, para una falla en el mecanismo de articulación o en el proceso de memorización, o de pesos desiguales entre ambas manos.
Decidimos cuál estudio u obra de uno de los innumerables compositores, es la que va a “destrancar el juego”.
Para llegar a esa decisión, hay que revisarlo todo; una y otra vez, y cuando nuestro plano ya cuenta con bases y líneas definidas y esquinas bien dibujadas, es cuando comenzamos a darle forma. Aún aquí, desechamos lo que vimos que no va a funcionar.
Es entonces cuando hacemos el “híbrido” entre JSBach y Scarlatti, entre Mozart y Beethoven, entre los compositores del Romanticismo y el Impresionismo, y aquí comenzamos a buscar un equilibrio para que nuestro edificio se levante bien erguido, sin sombritas.
Hay obras que apuntalan y aseguran las bases de una técnica pianística, y logran equilibrar un desbalance. Comenzando por Hanon y Pischna, terminando por Chopin y Rachmaninoff, por Debussy, Ravel y Granados… Y, el centro de todos los proyectos pianísticos, es el Quinto Evangelista: JSBach! Las bases de cualquier edificio!
Para cerrar este largo e intenso proceso, buscamos una línea media que podamos definir con nombre y apellido: un programa o proyecto pianístico que ubicamos dentro de nuestro gran mapa de 10 años de estudios. A partir de aquí nuestras bases ya son sólidas y podemos continuar hacia nuestro final feliz.
¿Cuánto tiempo nos toma todo este periplo?
Pues el tiempo necesario para que nuestros alumnos logren estructurar sus bases sólidas, siempre respetando sus procesos, pero observando atenta y continuamente cada avance… y cada retroceso.
¿Creemos en los finales felices? Yo sí, y me encantan! Por eso hay que buscarlos en todo lo que hacemos y en todo lo que nos rodea.
Entonces, sigamos este inexplorado viaje…