Siempre fueron individuales y a puerta cerrada. Era la costumbre.
En cada salón y en los pasillos del conservatorio había un silencio monacal. Sólo se escuchaban los instrumentos.
Sin embargo, dicen por ahí que todas las reglas se hicieron para romperse, y cuando se puso de moda la memorable y corta pregunta: “¿what if?”… “¿qué pasa si?”, pues la experimentación no se hizo esperar (en mi caso).
El salón de clases (el que se me asignaba para mis clases de piano), comenzó a tener entrada franca para quien quisiera.
Me llevé muchas, muchas, muchas amonestaciones, pero no lo pude evitar; se cerraba la puerta, y continua y “sigilosamente” se iba abriendo… y entrando uno y otro y otro y otro, sin darnos cuenta, ese espacio fue cobrando “vida propia”, es decir, a medida que mis alumnos iban ocupando distintos lugares del salón, mientras uno de ellos recibía su clase de piano, al correr del tiempo e inevitablemente para el conservatorio, mis clases individuales se convirtieron en colectivas; eso sí! todos de común acuerdo hacían silencio, pero no monacal, obviamente.
Unos merendaban, otros hablaban en voz muy baja… y así una nueva regla salió al campo de juegos: “si escuchas una clase con todas las indicaciones y correcciones, cuando tengas en tu programa de piano esa obra, ya la conoces de arriba a abajo, y estudiarla se hará mucho más fácil, y además, mientras tocas será familiar el sonido del paquete de galletas que se abre, la risa o el llanto de un niño, y esto no será motivo para que te pierdas la atención en lo que estás tocando (muchas veces hablábamos al mismo tiempo mientras alguien tocaba, para que sirviera de entrenamiento)”.
A partir de entonces, todas mis clases fueron colectivas con ese propósito, y, comprobado en el tiempo, los programas de piano que se trabajaban en una clase, servían de referencia para todos aquellos quienes compartían ese espacio, y quien tocaba, iba generando dentro de sí, más concentración, seguridad y confianza… y más dedicación en el estudio, porque sabía que para la próxima clase sus obras debían estar a un nivel más depurado.
Así, formamos una gran familia, una tribu, que todavía perdura y que nació rompiendo una regla, es verdad, y me disculpo de todo corazón con quienes me amonestaron, pero el objetivo fue cumplido y comprobado: el de convertir una clase de piano en un entrenamiento para desarrollar no sólo estas cualidades tan importantes basadas en la autoconfianza, sino que sirve de material de apoyo para cuando toque el turno de un próximo Bach, un Mozart o un Rachmaninoff, y ya se adquirió la base y las indicaciones para estudiar.
Lo más maravilloso es que todas las clases hoy en día tienen la enorme ventaja de viajar por la web; clases que, siendo individuales, pueden compartirse para cumplir el mismo fin, y de esta manera, nos beneficiamos a mayor escala y sin mayor esfuerzo…
¿Seremos dentro de poco ciudadanos del mundo?
Hagamos esto realidad y sigamos este viaje!