Probablemente la primera pregunta que surge aquí es, ¿qué es un entrenamiento? Y ahora vienen las siguientes… ¿ quienes estudiamos un instrumento lo necesitamos?¿no basta con hacer escalas y ya?
Cuando hablamos de un entrenamiento inmediatamente visualizamos un gimnasio… aparatos para abdominales, estiramientos, bicicletas, pesas, o una pista para correr…
Tan sólo utilicemos nuestra cualidad para producir pensamientos divergentes: ¿qué relación hay entre un gimnasio y hacer escalas y arpegios en un instrumento musical? ¿Ninguna?
He aquí que aparece una nueva idea y es esto que llamamos “entrenamiento”, que comienza cuando nos sentamos en el piano, en nuestro caso, haciendo tres respiraciones muy profundas, reteniendo el aire mientras contamos tres tiempos de negra, o de blanca, y lo soltamos con fuerza por la boca. De esta manera relajamos y colocamos el cuerpo físico para la actividad que vamos a hacer a continuación.
Sip. Así comienza nuestro entrenamiento. Inmediatamente tocamos todas las escalas muy lentamente, a consciencia, sin dejar pasar un error. Somos muy cuidadosos con ellas, pues son la puerta de entrada a nuestro trabajo del día, y por ello debemos expresarlas con cariño y atención. Sin darnos cuenta, estamos activando el foco y la concentración; no necesitamos grandes proezas para poner en movimiento estas otras dos cualidades que poseemos. Cuidamos y activamos lentamente nuestro arco cerrado, y progresivamente hacemos lo mismo con el arco abierto. Escogemos nuestros estudios técnicos y los fragmentos de las obras que debemos corregir, y así vamos completando nuestro tiempo de estudio… solucionando, avanzando y logrando metas, aunque sea una… un dragón a la vez… funciona.
El entrenamiento nos sirve para internalizar poco a poco la continuidad, el hábito, el progreso, el logro. Vamos escribiendo cada detalle, error, falla, el “tengo miedo” (muy importante anotar esto), el “no puedo”, en qué parte de nuestro repertorio surgen esas sombras, cada una de las emociones que van apareciendo mientras estudiamos a Bach, a Czerny, a Mozart, a Chopin…
Registramos las misiones cumplidas, dibujamos la figura que nos viene a la mente, así como cada tiempo de estudio invertido en el día, y si fue en la mañana, en la tarde, en la noche; en qué tiempos y espacios del día somos más creativos, efectivos, productivos. Apuntamos cuándo nuestro estudio, nuestras manos, nuestra mente, dieron lo mejor de sí… o lo peor.
No dejamos escapar nada.
Copiamos todo, para después evaluarlo y sacar conclusiones que también anotaremos. Al cabo de dos semanas o un mes, repasamos todo lo que hemos escrito, así como cada uno de nuestros dibujos, y analizamos los resultados. Con toda seguridad veremos una transformación hacia el avance y el crecimiento, no sólo en nuestro repertorio sino en nosotros mismos. No hay que esperar media vida para lograrlo. En realidad aprendemos muy rápido y no lo sabemos, y el contacto con nuestro interior y nuestras destrezas ya adquiridas y por adquirir, es un logro que sucede a corto o mediano plazo; sólo necesitamos tiempos y esfuerzos continuados.
“El reloj”, siempre será una gran incógnita… ¿cuánto tiempo debo estudiar piano?…
Es una de las preguntas más frecuentes y urgentes que nos hacemos. Si comenzamos a “entrenar” a diario, veremos que ese tiempo de estudio vendrá señalado por nosotros mismos, según las necesidades que debemos resolver en un compás, en un fragmento, en memorizar una obra completa o una parte que nos falta, y revisando nuestras anotaciones caeremos en cuenta del tiempo real que cada uno de nosotros necesita para lograr el objetivo… 1 hora, 2 o 3, 15 minutos, 45…
Lo esencial aquí es que, adquiriendo este hábito diario, cambiaremos, seremos mucho más observadores y lograremos estructurar nuestros estudios con más dominio y claridad.
Y sí, esto es un entrenamiento, mecánico y anímico, necesario para avanzar y lograr nuestras metas.
Sigamos este viaje de aprendizajes y descubrimientos…